Para trabajar las minas, al principio los españoles pagaron un salario a los habitantes de las aldeas cercanas. Pero las condiciones de
trabajo eran tan duras que a partir de finales del siglo xvi hubo que
introducir un sistema de trabajo forzado, la mita, por la que se reclutaba a la fuerza a todos los hombres de entre dieciocho y cincuenta
años de las 16 provincias de las tierras altas durante 17 semanas al
año. La mortalidad entre los mineros era tremenda, debido en gran
medida a la constante exposición a los vapores de mercurio generados por el proceso de refinado, en el que el mineral de plata molido
se pisaba hasta formar una amalgama con mercurio, se lavaba y luego se calentaba para que el mercurio se consumiera. El aire del interior de los pozos era (y sigue siendo) nocivo, y los mineros tenían
que bajar a profundidades de setecientos metros empleando las escaleras más rudimentarias, para trepar de nuevo a la superficie, tras largas horas de excavar, cargados con sacos de mineral atados a la espalda. Asimismo, el desplome de rocas mató y mutiló a cientos de ellos.
La nueva ciudad de Potosí, producto de la «fiebre de la plata», era, en
palabras de fray Domingo de Santo Tomás, «una boca del infierno,
en la que cada año entra una gran masa de gente, que es sacrificada
por la codicia de los españoles a su “dios”». Fray Rodrigo de Loaisa
calificaba las minas de «simas infernales», señalando que «si el lunes
entran veinte indios sanos, el sábado la mitad de ellos pueden salir lisiados». El monje agustino fray Antonio de la Calancha escribía en
1638: «Cada moneda de peso acuñada en Potosí ha costado la vida
de diez indios que han muerto en las profundidades de las minas».
Cuando se agotó la mano de obra indígena, se importaron miles de esclavos africanos para que ocuparan el lugar de «mulas humanas».
Aún hoy, sigue habiendo algo infernal en los sofocantes pozos y túneles de Cerro Rico.
Potosí, lugar de muerte para quienes se vieron obligados a trabajar allí, hizo rica a España. Entre 1556 y 1783, Cerro Rico produjo 45.000 toneladas de plata pura, que luego serían transformadas en
barras y monedas en la Casa de la Moneda y enviadas a Sevilla. Pese
al aire enrarecido y el riguroso clima, Potosí no tardó en convertirse
en una de las principales ciudades del Imperio español, con una población, en su momento de mayor apogeo, de entre 160.000 y
200.000 personas, más que la mayoría de las ciudades europeas de la
época. En España todavía se emplea la expresión «valer un potosí»
para referirse a algo de gran valor. Parecía, pues, que la conquista de
Pizarro había hecho rica a la Corona española por encima de sus más
descabellados sueños de avaricia.
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