jueves, 24 de julio de 2014

El trago de Heráclito, y otras conductas semióticas

Consulté a la Intérprete sobre la traducción de un fragmentos de Heráclito. Cuando tengo dudas sobre el asunto siempre empiezo por consultar a Rodolfo Mondolfo. En su libro sobre el filósofo efesio traduce el fragmento de la siguiente manera:

"El Señor, cuyo oráculo está en Delfos, ni dice ni oculta, sino que indica."

(el texto está publicado por la Editorial Siglo XXI, y lleva por título "Heráclito: Textos y problemas de su interpretación"; con primera edición en 1966, acusa versión española de Oberdan Caletti; yo cito por la décima edición de 1998; el fragmento se encuentra en la página 42 como fragmento 93, y corresponde a una cita de Plutarco).

No voy a contar los detalles de la discusión, porque corresponden a un trabajo en curso, lejos aún de publicación. Quiero, más bien, referir a otro problema filosófico y antropológico antiguo. Eso de que somos animales que, entre otras cosas, tenemos conductas que yo calificaría de semióticas.

La reflexión me viene gatillada por lo que leo en la página 9 del mismo libro. Otra cita de Plutarco, que transcribo:

"Algunos, al expresar de manera simbólica, sin palabras, lo que se necesita, ¿no logran ser alabados y admirados de manera destacada? Así Heráclito, al pedirle sus conciudadanos que expresara un pensamiento acerca de la concordia, habiendo subido a la tribuna y tomado una copa de agua fría y hechado en ella arena de cebada y agitando con [un poco de] menta, la bebió y se fue, mostrándoles que el contentarse con lo que se encuentra y no necesitar cosas caras, mantiene las ciudades en paz y concordia."

Ignoro si lo que se dice sobre la concordia es verdad o no. Mi tema ahora es otro. Y trataré de ilustrarlo. Yo me imagino un corto de alguien haciendo el preparado en la tribuna. Sin ningún comentario ni explicación. Simplemente, imaginemos al tipo subiendo a la tribuna, agarrando la copa y haciendo el menjunje. Visto así, sin relato que acompañe la acción, empieza a ser menos plausible la afirmación de que esa acción significa lo que dice Plutarco que la nuda acción de Heráclito significa. Incluso podrían pensarse historias alternativas para dar otro significado a la misma acción (Woody Allen agarró una peli japonesa, la edito de una manera diferente, y le puso una banda de sonido con diálogo alternativo, componiendo una historia distinta de pleno derecho). Pero es algo muy humano. Los monos "sapiens" le dan significado a las cosas, más allá de su pura materialidad (como que el papelito con la cara de Julio Roca o Eva Perón vale, pongamos por caso, tanto como 30 lechugas; o que las X varas de lienzo valen tanto como Y levitas con que Marx pone la paciencia de sus lectores a prueba en larguísimas páginas de su libro tan famoso como poco leído...).

No pude dejar de pensar en lo que Clifford Geertz dice tomar de Gilbert Ryle cuando para hacernos comprender la descripción densa nos explica que un cierre de los párpados del ojo puede ser blink, wink, y no se cuántas cosas más. Un caso aún más patente son los significados prácticos atribuidos a las cosas, por ejemplo la ropa. Recuerdo una dama que estaba casi ofendida cuando le dije que sería más cómodo dar clases con ropa de gimnasia, o con bermudas y ushutas, cuando hace mucho calor en Tartagal. A la dama le pareció una falta de respeto. ¡¿Qué clase de profesor es usted?! (Pregunta que me vengo haciendo hace mucho tiempo, sin saber muy bien que contestar. Pero eso es algo que a los filósofos nos ocurre a menudo).

viernes, 18 de julio de 2014

Kandel y el LSD

De Sigmund Freud se cuentan muchas cosas en relación con la cocaína. No voy a entrar mucho en eso, aunque en el Libro negro del psicoanálisis se cuentan un par de conventillos de lo más patéticamente entretenidos al respecto. Entre otras cosas porque involucran personas de carne y hueso. Pero hoy me voy a dedicar a otro entusiasta del psicoanálisis: Eric Kandel. Y los que circundan la literatura de la neurociencia prenderán las antenitas de vinil.

Kandel es palabra de referencia como investigador de la memoria. Comparte, para agregar más, la autoría de uno de los manuales de neurociencia más exitosos que se han escrito. Y por si fuera poco, ha recibido el premio Nobel de medicina en 2000.

Hay un hecho menos conocido, sin embargo, y es que nuestro amigo Kandel se dedicó a la investigación sobre los efectos del ácido lisérgico en las primeras etapas de su formación científica. Y es lo que relata al comienzo del capítulo séptimo de su libro En busca de la memoria (publicado en español por Katz).

Kandel venía de estudiar medicina, y de pasar una temporada trabajando en el laboratorio del pionero de la neurociencia Harry Grundfest. Todo esto ocurre durante la década del cincuenta del siglo pasado. Grundfest sugiere a Kandel que se asocie con Dominick Purpura, un neurocirujano convertido en investigador de laboratorio. Así lo narra Kandel:

“Cuando lo conocí, él acababa de tomar la decisión de dedicarse al estudio del córtex, la región de mayor desarrollo cerebral. Dom estaba interesado en los fármacos que influyen sobre la mente, de modo que los primeros experimentos que compartimos tenían que ver con el papel que desempeñaba en la producción de alucinaciones visuales un agente generador de efectos psicodélicos, el LSD (dietilamida del ácido lisérgico)” (En busca de la memoria, p. 129).

Kandel cita como antecedentes las investigaciones informales y no académicas de Aldous Huxley, narradas magistralmente en su escrito Las puertas de la percepción. Y continúa:

“La capacidad del LSD y de otras drogas similares para alterar la percepción, el pensamiento y los sentimientos de un modo que sólo nos es accesible en los sueños y en los estados de exaltación religiosa la distingue radicalmente de otros tipos de drogas. La gente que toma LSD a menudo tiene la sensación de que su mente se ha expandido y dividido en dos: una parte organizada, que experimenta los efectos perceptivos intensificados, y otra parte pasiva, que contempla los acontecimientos como un mero observador. Por lo general, la atención se vuelve hacia el interior y se pierde la discriminación neta entre el yo y lo que no lo es, lo que genera en la persona que usa LSD la sensación mística de formar parte del cosmos. En muchas personas, las distorsiones de la percepción adoptan la forma de alucinaciones visuales; en otras, el LSD puede causar reacciones psicóticas similares a la esquizofrenia. Por todas estas propiedades notables, Dom quería averiguar cómo funcionaba el LSD.” (p. 130).

Con anterioridad, los neurocientíficos D. W. Woolley y E. N. Shaw, demostraron que el mecanismo estaba asociado con la serotonina. Se usó musculatura lisa del útero de la rata, con el resultado de que el mecanismo detectado era que el LSD se unía a los receptores de serotonina, desplazándola. Kandel y Purpura lograron probar que el mecanismo podía variar de acuerdo con los tejidos, usando para ello corteza visual de gato:

“Anestesiamos a los animales, trepanamos el cráneo para dejar al descubierto el cerebro y colocamos electrodos en la superficie de la corteza visual. Descubrimos así que en la corteza visual, la serotonina y el LSD no se oponen entre sí, como ocurre en el músculo liso del útero. No sólo tenían el mismo efecto inhibitorio de las señales sinápticas, sino que tenían además un efecto recíproco multiplicador. En consecuencia, nuestras investigaciones, así como otras provenientes de otros laboratorios, parecían contradecir las ideas de Woolley y Shaw de que los efectos distorsivos del LSD se debían al hecho de que bloqueaba la acción de la serotonina en el sistema visual. (Hoy en día, sabemos que la serotonina actúa sobre dieciocho tipos de receptores cerebrales y que, aparentemente, sus efectos alucinatorios se deben a que estimulan uno de esos receptores, propio del lóbulo frontal del cerebro” (p. 131).

De la cita anterior yo resaltaría la palabra “aparentemente”. La razón es que mucha neurocháchara en circulación es menos precavida en la exposición prematura de resultados y sus interpretaciones. (De lo cual no podemos acusar a Kandel, cuyas afirmaciones “aparentemente” respetan la prudencia propia de un buen científico practicante). En particular, no ha faltado neurocháchara aplicada al delicado tema de la serotonina.

Sobre la sensación mística y cósmica que a veces se asocia con el LSD y otras sustancias psicoactivas, existe un interesante y reciente VIDEO del psicólogo Jonathan Haidt, que recomiendo calurosamente a los interesados.

sábado, 12 de julio de 2014

Vasos vacíos, o me falta un pe


Cuento un cuento de Malba Tahan. Sobre hijos que tienen que repartirse camellos que heredan del padre. Cuento que concluye paradojo y misterioso. Me retruca un contertuliano: ¿conoces ese de la camisa? Sale 97 mangos. Le pido 50 al amigo A, 50 al amigo B. Voy con cien a la tienda. Me compro la camisa. Sobran 3 mangos. Uno para A, uno para B, uno para mí. Ahora le debo 49 a cada uno, que suman 98. Uno más que me queda hacen 99. Parece que se evaporó algún mango de camino.

¿Como? A ver. Sigo el consejo de Polya en How to Solve It. Me simplifico el problema para sacar ripio. La camisa sale 7 y me prestan cinco y cinco. Pongo cinco porotos en los cinco vasos de A (un vaso por cada poroto). Asigno cinco vasos para otros cinco porotos de B. Yo me pongo diez vasos vacíos. En esos recibo los diez de los vasos de A y B que quedan vacíos, y que es mi responsabilidad llenar de nuevo. De mis vasos saco siete porotos, y siete vasos quedan vacíos. Se convierten en camisa. Me quedan tres vasos, cada uno con su respectivo poroto. De esos porotos paso uno a un vaso de A, y uno a otro de B. Sigo debiéndole cuatro a cada uno. Pongo el último que queda en mis vasos a en algún vaso de B, porque me cae más simpático el hecho de que venga después en el orden alfabético (da lo mismo si opto por A, en caso de simpatía inversa). Ahora le debo tres a B y cuatro a A. Más los tres ya devueltos suman exactamente diez.

Para igualar los cuentos, sumemos a las deudas así establecidas, la diferencia de 45 en el patrimonio recibido en préstamo, y el doble de esa cantidad en el precio de la camisa. No sé a ustedes, pero a mí no se me perdió ningún poroto. (En cualquier caso, me queda por resolver el asunto de cómo volver a llenar los vasos, es decir, devolver los siete o los 97 de la camisa, según que agarre por la versión simplificada o por la original; pero eso ya es asunto de negocios, y no de cálculo).

En criollo y para resumir, diríamos que, al devolver un poroto a cada uno, en realidad el préstamo era de 49, que duplicado da 98. Le resto el precio de la camisa y me queda un poroto. La falacia está en sumar ese rezagado otra vez, para obtener 99, y preguntarse dónde está el que falta para completar 100. Pero es puro espejismo, porque los préstamos efectivos no suman 100, sino 98.