viernes, 13 de septiembre de 2019

Dinero y pánico.

El aspecto crucial que hay que comprender es que con la difusión por todo el mundo occidental de a) las transacciones intrabancarias e interbancarias que no requieren efectivo, b) la reserva parcial bancaria, y c) los monopolios de la emisión de billetes por parte de los bancos centrales, la propia naturaleza del dinero evolucionó de una forma profundamente importante. Ya no cabía concebir el dinero —tal como hicieran los españoles en el siglo xvi— como un metal precioso que había sido desenterrado, fundido y acuñado en forma de monedas. Ahora el dinero representaba la suma total de unos pasivos u obligaciones concretas (depósitos y reservas) contraídas por los bancos. En pocas palabras, el crédito constituía el total de los activos bancarios (préstamos). Parte de ese dinero podía todavía consistir de hecho en metal precioso, si bien una parte cada vez mayor de este último pasaría a guardarse en la cámara acorazada del banco central. Pero la mayor parte de él estaría constituida por aquellos billetes de banco y monedas fraccionarias reconocidos como dinero de curso legal junto con el dinero invisible que existía sobre el papel en los extractos de las cuentas de depósito. La innovación financiera había cogido la inerte plata de Potosí y la había convertido en la base de un sistema monetario moderno, con las relaciones entre deudores y acreedores negociadas o «intermediadas» por unas instituciones cada vez más numerosas denominadas bancos. La función principal de dichas instituciones era ahora la recopilación de información y la gestión del riesgo. Su fuente de beneficios radicaba en maximizar la diferencia entre los costes de su pasivo y los beneficios de su activo, sin reducir las reservas hasta el punto de que la entidad se hiciera vulnerable a lo que se denomina un pánico bancario: una crisis de confianza en la capacidad del banco para satisfacer a sus impositores, que lleva a una masiva retirada de fondos y, en última instancia, a la bancarrota (que en su origen significaba literalmente romper el banco donde se sentaban los banqueros).

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