viernes, 1 de agosto de 2014

El culo entre dos sillas

Vengo meditando sobre una polémica entre doctos, mientras tomo algunas notas (que, con suerte, podrían salir a luz pública algún día si llegan a adquirir adecuada forma). Uno de esos temas que en una temporada te dicen que sí hay, y en la temporada siguiente que no (como el flogisto, que el antropólogo cognitivo Pascal Boyer lo compara con el concepto de CULTURA en un artículo que traduje por estos días). En ambos casos, los que tales cosas afirman, a favor o en contra, nunca se muestran dubitativos. Están tan seguros de una cosa como seguro están sus detractores de lo contrario (por ejemplo, que selección de grupo sí o que selección de grupo (o multinivel, para agregarle un bit de sofisticación teórica) no) aunque ambas conjuntas no puedan ser verdad; masomenos como eso de que no puede llover y no llover en el mismo lugar y en el mismo instante (y no vale hacer trampa con la excusa vil de que a veces atravesamos una especie de cortina, pasando de la lluvia a la no lluvia; cosa que alguna vez me ha pasado y es de lo más divertido). Cuando uno argumenta, en clásico, debiera respetarse identidad, contradicción y tertium non datur (al menos si uno le cree al manual). Aunque es sensato no descuidar matices y eso de que las cosas no siempre son tan ciertas, habiendo más o menos probables. Como fuere, el tema es que los doctos no andan de acuerdo entre ellos todo el tiempo (menos entre los de ciencias sociales y humanidades, cosa que le sorprendió al físico Kuhn al trasladarse a un departamento académico de una tribu distinta, y le inspiró pensamientos sobre paradigmas, o al menos así lo cuenta en su famoso libro sobre las revoluciones científicas). Entre tanta opinión encontrada, uno que es mono curioso y afecto a los libros, tiene que andar dando banquinazos según cambien los humores de la comunidad científica [y las mareas editoriales; que no se rigen por las leyes de Newton, excepto cuando se trata de cargar las cajas de libros en camiones, darle a alguien literalmente por la cabeza con Ser y Tiempo (Dennett dixit), o cosas así]. (Supongo que en alguna época los maestros carcamales daban cocachos por la cabeza a los alumnos que andaban preguntando de forma insistente por ese asunto de las paralelas de Euclides, o el quinto postulado, diciéndoles que no sean estúpidos, (y que quiénes son para venir a creerse mejor que Euclides, habrase visto!); que les juro que a mí, el famoso postulado, me resulta de lo más claro e intuitivo, en principio, pero si uno se lo piensa más parece que es como una bizquera del intelecto... En fin, a mí las filosofías de las matemáticas me acalambran el cerebro tanto como la teología racional o la física de partículas).

Uno que es lego en casi toda materia sesuda se siente abrumado. Como terapia para semejantes ocasiones mi farmacopedia casera incluye pequeñas dosis del sereno pirronismo de Montaigne.

Recuerdo, a este respecto, un viaje hecho a la capital federal para hacer de claque en el acto político de un candidato que nunca llegó a entusiasmarme ni un poquito, y para un partido al que creo haber pertenecido en alguna época (ahora ya no tengo partidos). Mi devoción a la causa en cuestión dejaba mucho que desear, pero ello no me impidió pasar unos momentos muy divertidos poniendo a punto los dispositivos semióticos para arriar y entusiasmar a la masa, tomando cerveza, y aporreando instrumentos de percusión como mono. Pequeñas felicidades que tiene la vida (y me pregunto si la razón por la que pertenecía a partidos no tenía más bien que ver con esos divertidos rituales, que con toda la doctrina declarada y poco cumplida que suele racionalizarlos, y que a veces le llaman ideología; concepto con el que no me quiero meter, de todos modos, para no empantanarme...). Me parece, para resumir, que en realidad yo tenía ganas de merodear por las librerías de usado en Puan, o en los alrededores de la calle Corrientes, por las cuales circulaba con algún amigo, en bermuda y ushutas, tomando una que otra de esas pico ancho quinientos centímetros cúbicos, que tan cómodas son para los largos paseos metafísicos (y tirar una que otra ficha nocturna en la rocola de un bar de Jazz, en el cual los músicos, justo ese día, decidieron no interpretar). Así, medio en cuatro patas para pispiar un estante casi subterráneo en una de esas de Corrientes, caen en mis manos cuatro volúmenes, un poco antiguos, de los ensayos de Montaigne y en buen francés. Un poco avejentados y polvorientos, pero en muy buenas condiciones. Y todo ello por la módica de diez pe cada uno. Osea cuarenta en total. La hago breve para no cansar: no los compro, y ya en el mismo colectivo de vuelta al pago me empiezan los arrepentimientos. Nunca he vuelto a verlos, y felicito al ciudadano que tuvo la lucidez que a mí me faltó, y los incorporó a sus propios estantes.

A mi buena madre encargué al poco tiempo, ya que iba por esos lares, el echarse unas miradas por Corrientes, como quien se tira una taba. Dada su propensión a malcriarme más de lo que corresponde a una madre espartana (en una de esas porque es salteña, nomás...) se vino desde allá cargando un grueso libraco conteniendo los Ensayos, en versión española de Jordi Bayou Brau y publicados por la Editorial Acantilado, de Barcelona en 2007 (en papel tipo biblia, tapa dura, y una de esas simpáticas cintitas que permiten ahorrarse el separador). Tiene una hermosa dedicatoria que me hizo de puño y letra con ocasión de un natalicio mío, y yo saco un fragmento (páginas 452 y 453) de ese regalo para regalárselo a los ciudadanos que se acercan incautamente a este humilde blog:

"Los campesinos simples son gente honorable, y gente honorable son los filósofos o, según los llama nuestro tiempo, las naturalezas fuertes e ilustres, enriquecidas por una larga instrucción en las ciencias útiles. Los mestizos, que han desdeñado la primera posición, la ignorancia de las letras, y no han podido alcanzar la otra -el culo entre dos sillas, entre los cuales estoy yo y tantos más-, son peligrosos, ineptos, importunos. Son éstos los que turban el mundo. Por eso, por mi parte retrocedo en la medida de mis fuerzas a la primera y natural posición, de donde en vano e intentado salir".

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